lunes, 24 de septiembre de 2012

El Castillo de Castellar de la Frontera


La fortaleza de Castellar Viejo se alza sobre un cerro de empinadas laderas en pleno Parque Natural Los Alcornocales, entre los ríos Guadarranque y Hozgarganta, divisando el embalse del Guadarranque y los bosques de sus laderas, así como Gibraltar y el estrecho, a las afueras del actual emplazamiento de localidad de Castellar de la Frontera, provincia de Cádiz.  En los días claros, desde Castellar Viejo se divisa perfectamente, además de su entorno más cercano, la bahía de Algeciras, el peñón de Gibraltar y la costa del continente africano. Como su nombre indica, esta fortaleza árabe construida en el siglo XIII se encontraba en una posición de frontera, defendiendo el reino de Taifas, de Algeciras. Fue antigua residencia de los Condes de Castellar.

Castellar de la Frontera fue uno de los eslabones de la cadena de fortalezas del reino nazarí, enlazando por el sur con la torre de Palmones y la bahía de Algeciras y al norte con Jimena de la Frontera.
La fortaleza de Castellar Viejo está conservada en muy buen estado, a pesar de su antigüedad. El modesto pueblo que encierra la convierte, además, en una de las escasas fortificaciones medievales habitadas todavía hoy. El casco urbano consiste en un breve conjunto de pequeñas plazoletas y calles estrechas, cortas y sinuosas, de indudable sabor andalusí. 

 
Juan de Saavedra, alcaide de Jimena de la Frontera, tomó el castillo en 1434 para la corona de Castilla. Juan II concedió a Juan de Saavedra la alcaldía de la villa, dándosela más tarde en Señorío. Conquistada de nuevo para el reino de Granada, volvió a ser conquistada, una segunda vez, por Juan de Saavedra que recobró su señorío, siendo heredado durante muchas generaciones por los Arias de Saavedra, a los que Carlos V concedió en 1539 el título de Condes de Castellar. Sus descendientes ostentaron el Condado de Castellar. Desde entonces la economía local se basó en la agricultura, en la ganadería y en otras actividades relacionadas con el monte.
 
La construcción de la primitiva fortificación data de los siglos XIII y XIV, con estructura y detalles de torres y puertas característicos del reino de Granada. Aunque algunos elementos fueron añadidos más tarde. En la época cristiana (siglos XV al XVII), ya contaba con la muralla, torres y el alcázar-palacio.
 
Su planta es de forma irregular, y posee un recinto amurallado con barbacanas, cubos, torres de flanqueo y torres de ángulo cuadradas y circulares, algunas de ellas coronadas con almenas. Destacan las torres de su entrada, con elementos defensivos como las barbacanas que defienden el acceso del castillo, perforadas con saeteras y una puerta en recodo abierta bajo un bello arco peraltado enmarcado por otro de herradura. Entrando por el arco de la Villa, se encuentra el Alcázar o palacio del marqués de Moscoso con la torre del homenaje. Desde el pequeño patio de armas se accede al caserío interior, con casas blancas y calles estrechas y sinuosas cuajadas de flores. Entre los edificios destacan, además del alcázar de los Condes de Castellar, el Ayuntamiento y la Iglesia del Divino Salvador, de estilo barroco. Más bien parece una alcazaba, en la que el castillo sería la zona militar separada de la zona administrativa y civil. Los materiales empleados en este conjunto de fortificaciones son de mampostería con piedras más o menos labradas y regulares, y ladrillos en los arcos. Se conserva en buen estado la entrada, con arcos de herradura, que daba paso al recinto dentro del cual se cobija el poblado al amparo del castillo. A partir del recinto fortificado, la población se desarrolla en su interior, incorporando algunos elementos a la muralla, con la intención de comunicar las casas adosadas a ella, que son las que primero se desarrollan. Fue restaurado parcialmente en el año 1979.
 
Es de acceso libre. Se puede ver el interior previa solicitud. Más información en Ayuntamiento de Castellar de la Frontera, teléfono (956) 32 60 49.
 
 
Fuentes:
 
Castillos de España (volumen I). VV.AA., Editorial Everest, S.A., León, 1997, (Pgs. 91-94).



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